Córdoba posee pueblos, localidades, villas y parajes que uno no podría conocer así se tomara la vida entera. Y en esa diversidad, algunos sitios atraen más por riqueza histórica y belleza natural, que por grandes desarrollos turísticos o infraestructura edilicia. Ubicado a 160 kilómetros de la capital, éste es un claro ejemplo de aquello que con poco, completa las expectativas de sus visitantes. Es un pueblito sereno, de verdes quebradas y sierras discretas donde sobresale la enorme roca roja que le da nombre al pago. Pero hay sobre todo recuerdos imborrables, como el de pueblos preexistentes que dejaron su arte grabado sobre las piedras, como el del guitarrero y poeta Héctor Roberto Chavero Aramburo, conocido más por su sobrenombre: Atahualpa Yupanqui, que en voz quechua significa "el que viene de tierras lejanas a decir algo". Bajo estos sauces, algarrobos y chañares, y el sonido del cauce montañoso, vale la pena desandar los caminos de la tierra que enamoró a Don Ata. La geografía, producto de la erosión de viento y agua, han formando aleros y cavernas que le dan al paisaje singularidad y cierto halo de misterio. El río de los Tártagos, principal fuente de vida del lugar, cuenta con pozones de piedra forman piletas naturales donde chicos y grandes combaten el calor como en un auténtico balneario. Sectores con bosque chaqueño serrano, se erigen orgullosos mistoles, talas, cocos, molles y piquillines, completan un panorama campero exquisito. Dicen aquí, y basta con ver las pinturas rupestres para certificarlo, que muchos siglos atrás comunidades de pueblos originarios hicieron de éste sitio su lugar, dejando gran cantidad de recuerdos que hoy son resguardados con celo en su Parque Arqueológico. Ocupada por la cultura Ayampitín, pueblo nómade especializados en la caza, fue a partir del año 500 que llegaron del norte sanavirones y los comechingones, complejizando y enriqueciendo aún más la zona. Todo ese mundo brota como las vertientes, aquí y allá, en los corredores "turísticos" que se enfrentan al paredón rojo que lo domina todo, y en los caminos que llevan a la iglesia local en remodelación, a complejitos de cabañas y el camping, y al propio espacio donde pinturas y tallados son las estrellas. Se las puede encontrar en más de un centenar de sitios distribuidos entre los Cerros Colorado, Veladero, Intihuasi y los parajes de La Quebrada y El Desmonte, pero en pleno pueblo, un camino de madera con barandas conduce a galerías donde se ven motivos geométricos, zoomorfos (llamas, cóndores y jaguares); y figuras humanas pintadas con blancos, negros y rojos. Representaciones de indios con arcos y flechas, y españoles conquistadores con caballos, completan un parque sorprendente, declarado Monumento Histórico Nacional en el año 1961.