Entre las “joyas” que posee, se encuentra la sentencia de Juan Manuel de Rosas a los hermanos Reinafé y a sus soldados por la muerte de Facundo Quiroga; una invitación original al velorio de Encarnación Azcurra (1938), esposa de Rosas; una colección de platería, con monedas de 1826; estribos chancheros como usaba Güemes en el norte; armas de fuego de un tiro de mediados de 1800, como la llamada Remington Modelo Argentino 1879 (arma oficial de la Campaña del Desierto); petacas de viaje y de correo hechas de cuero; un ladrillo perteneciente al Cabildo original de Buenos Aires y otro, parte de la Pirámide de Mayo, cuando se demolió en 1912; y dos carretas, una de lujo fabricada en París y otra –presumiblemente- de origen argentina, perteneciente a la familia de Rosas, con capacidad para cuatro personas y preparada para viajes más largos. La Posta recibe gente desde 1709, y desde esa época ha sido uno de los grandes refugios de Córdoba al norte. Es parte de los recuerdos que quedan de lo que era la vida en esa época. La particularidad de esta construcción radica en que inicialmente se hizo con el fin de convertirse en una Estancia. Sin embargo, al estar rodeada por poblados como Colonia Caroya, Jesús María y Santa Catalina, el dueño –Don Manuel Figueroa- desistió y comprendió que el negocio estaba en el Camino Real, y en el servicio de posta. A partir de ese momento comenzó a otorgar diferentes servicios a los viajeros: desde un lugar para descansar, comida, bebida, alquiler y venta de mulas, bueyes y caballos, como así también el arreglo de carretas. Entre cada posta había una distancia aproximada de 30 o 40 kilómetros, y en algunos casos, incluso hasta 60 kilómetros. Hacia 1764, estos lugares se comienzan a reglamentar para que haya una unidad de servicio, aunque fuesen privadas.
A mediados de 1870, estos refugios comienzan a desaparecer a causa de la llegada del ferrocarril, que reducía ampliamente las condiciones y el tiempo de viaje; y aunque todo fue un proceso, inevitablemente las postas empezaron a morir. Algunas, escaparon de eso, como es el caso de la de Sinsacate, que fue comprada por el Conde de Telfener - un ferrocarrilero que usaba el lugar como casa de fin de semana – y con el tiempo se fue deteriorando. Recién alrededor de 1941 fue redescubierta y recuperada por la Nación, se arregló el techo de la galería y el de la capilla, así como el atrio de la misma. Se inauguró como Museo Nacional el 18 de mayo de 1946.
La Posta de Sinsacate podría haber pasado a la historia por ser albergue de próceres de la historia argentina, como José de San Martín, Manuel Belgrano, Juan Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid, entre otros. Sin embargo, lo que le otorga valor es una tragedia: la masacre en Barranca Yaco. Más conocida como el día en que asesinaron al “Tigre de los Llanos”, Facundo Quiroga. El 16 de febrero de 1835, por orden de los hermanos Reinafé, el general pierde su vida junto a su secretario, su comitiva y un postillón de doce años llamado José Luis Basualdo.
A 5 kilómetros de La Posta, por el Camino Real, se encuentra Barranca Yaco. Allí donde fue asesinado Facundo Quiroga, reza la siguiente leyenda:
“En el caluroso mediodía del 16 de febrero de 1835 en este recado del antiguo Camino Real cae asesinado junto a su comitiva el Brigadier General Juan Facundo Quiroga. Iba acompañado por su secretario el Dr. José Santos Ortíz, el correo José Ma. Luegues y un puñado de leales gauchos. En la posta de Ojo de Agua se había sumado un “postillón” de escasos doce años llamado José Luis Basualdo.
Nueve cruces a la memoria del trágico asesinato”.
Tras el cartel que contiene estas palabras, se observan las cruces nombradas y una escultura que representa a Quiroga.
Recorrer el Camino Real, visitar el Museo de la Posta y Barranca Yaco, es volver a esos tiempos en los que la valentía era moneda corriente, donde la palabra tenía valor, y hombres como Quiroga, entregaban la vida por sus convicciones; es recordar que la historia argentina se forjó empuñando armas y diseñando estrategias; es entender que sin conocer de dónde venimos, es más difícil saber hacia dónde vamos.