En una ciudad ubicada en el sur de Francia algo nuevo comenzó, algo que renacería de la oscuridad provocada por la estrella solar que todo lo ilumina. Marsella habló y brilló con todo su esplendor. Llegar a Port de Callelongue para visitar el Parque Nacional Los Calanques, un lugar dónde la conexión entre la tierra, el mar y el cielo forman un espectáculo único. La Costa azul pero de aguas turquesas se une con acantilados blancos y el mar abraza la tierra. ¡Dios ha muerto!, dijo Zaratustra y en las calas sólo estábamos la inmensidad del cielo, el mar y yo.
Sin dejar de visitar la isla de Frioul y su castillo de If en el archipiélago donde alguna vez hubo un conde que escapó de la prisión bajo el nombre de Montecristo, y sin olvidar el sabor de los típicos Navettes, realizados por una panadería que desde 1781 amasa barcos con agua de azhar, Zaratustra descendió de la montaña para hablarle al pueblo. Regresó para volver a hacerse hombre. Y así comenzó el renacer en el ocaso de la Costa Azul.