Ubicada en el mar Mediterráneo, esta isla pertenece a Italia. Si miramos el mapa podríamos confundirnos y decir que es una isla francesa, extensión caprichosa de la costa azul, tal como Córcega por ejemplo, que en efecto se encuentra mucho más cerca por el norte que la propia costa continental de Italia. Recorriendo “La Sardegna”, como la llaman los sardos, también podríamos decir que en algún momento fue parte de España, dado el paisaje urbano que remite a ciudades amuralladas como Toledo o Tossa de Mar en la costa catalana. Nada más cierto que todo en lo que incurrimos. Cerdeña se convirtió en territorio español al unirse los reinos de Castilla y Aragón por el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469. Todavía hoy es tangible la influencia española en ciudades como Cagliari al sur, su capital, o Alghero, con sus torres y murallas que dibujan un casco histórico tan pintoresco como intrigante. La bandera de la isla muestra las 4 cabezas de los reyes moros asesinados para dar lugar a la ocupación católica. Después de la unificación de Italia de 1861, Cerdeña se encontró bajo la indiferencia de la bota de Roma, lo que provocó en la isla una independencia que la ha transformado hoy en un destino turístico internacional, capaz de evolucionar económicamente hacia esa actividad. De a poco se fue dejando de lado la tradición ganadera, ovina y caprina que ha dado vida a la isla desde tiempos inmemorables, y que hoy podemos ver solo en los “agriturismos”, establecimientos que muestran cómo era la vida del campesino y de la campiña antes de la moda del sol y la playa. Dicho sea de paso, hoy nadie llega a la isla si no es durante los meses de verano, de Junio a Septiembre, y para encontrar las playas más paradisíacas del mar mediterráneo. Así es que desembarcamos en Puerto Torres, desde Barcelona, a bordo de una Nissan Serena, ya que la mejor forma de recorrer la isla es en moto o en auto. Hay muchas empresas de alquiler que ofrecen el servicio tanto en puertos como aeropuertos, los dos modos más comunes de llegar a tierras sardas. La autopista S131 va desde la costa sur (Cagliari hasta Alghero al norte y Olbia al este) bifurcándose pasado Oristano al oeste. Pero la mejor forma de conocer la isla, es tomando las carreteras costeras que circundan todo el territorio, que no tienen más que un carril por dirección y pueden resultar increíblemente tortuosas para el turista europeo, no así para quienes acostumbramos a conducir por carreteras latinoamericanas.

Llegamos a Santa Teresa Di Gallura, sobre el costado noreste de la Costa Esmeralda. Un pueblo de 5 mil habitantes que conserva intacta la apariencia española de sus construcciones pero irreverente el carácter del campesino sardo. Una plaza central, una pequeña peatonal, el infaltable bar esquinero donde se juntan los del cafetino a media mañana y los del aperitivo a las 7 de la tarde. Restaurantes de mariscos o de comidas de la campiña y la feria de artesanías, a lo largo de 3 calles céntricas paralelas y de pendientes abruptas dada la altura sobre la que se emplaza el pueblo. Habíamos escuchado hablar de Rena Bianca, literalmente la playa de una piscina de agua salada. Como es de costumbre muy argentina, nada diferente a la italiana, armamos nuestro campamento de sombrillas, canastas, lonas y reposeras muy cerca del equipo de “salvataggio”, guardavidas de la playa. Razón por la cual no tardamos mucho en convidarles unos mates y entablar el primer contacto con gente local. Fueron ellos mismos los que nos mostraron otros rincones maravillosos de la zona, como Capo Testa, una especie de península del ancho del camino sobre la que se diferencia de un lado, el mar cristalino de aguas mansas y fondo amable, y del otro, formaciones rocosas de filos peligrosos que rompen la calma de ese paraíso y de quien se atreva a nadar por él. Visitamos a 8 km de Capo Testa el famoso Valle de la Luna, inmensas e imponentes rocas graníticas erosionadas con formas irregulares que dieron el marco perfecto para ver uno de los más románticos e indeoibles atardeceres mediterráneos. El sosiego posterior al último rayo de sol, condensó en un instante todas las sensaciones por las que atraviesa quien llega a descubrir la sardegna por dentro.